Una figura clave en la música sudamericana contemporánea, Dino Saluzzi nació en el pequeño pueblo de Campo Santo en el norte de Argentina en 1935. “Mi padre trabajaba en una plantación de azúcar y, en su tiempo libre, tocaba el bandoneón y estudiaba el tango y música folklórica. No había libros, ni escuelas, ni radio, nada. Sin embargo, mi padre pudo transmitirme una educación musical; música que, más tarde, cuando estaba estudiando, me di cuenta de que ya lo sabía, no desde el punto de vista de la razón o la racionalidad, sino más bien de una manera diferente, de una forma extraña, la forma en que se produce por transmisión oral ". Esa noción de centralidad de la transmisión oral de la cultura es una que se ha mantenido fuerte en la identidad musical de Saluzzi desde entonces.
La discografía ECM de Saluzzi se lanzó en 1982 con un álbum en solitario, Kultrum , un ejemplo espontáneo del arte del bandoneonista como "narrador" y el primero de muchos "retornos imaginarios" a las ciudades y pueblos de su infancia. Desde principios de los años 80, hubo muchas reuniones con músicos de jazz: Charlie Haden, Palle Mikkelborg y Pierre Favre ( Érase una vez - Lejos en el sur ); Enrico Rava ( Volver ); Marc Johnson ( Cité de la Musique) que es el que traemos hoy al blog; Tomasz Stanko y John Surman (en Stanko's From the Green Hill ); Palle Danielsson ( Responsorium ); y Jon Christensen ( Senderos ).
La vida de un músico independiente en la Argentina es dramática. No lo es para el que tiene expectativas en cuanto a los premios, el que la usa en pos del éxito." Basta con echar un vistazo a su vida para comprender que esa tristeza es la de quien ha sido desterrado. Tuvo que irse con la música a otra parte. En Buenos Aires esperó con paciencia norteña, hasta que las esperanzas se derrumbaron como una torre de naipes. Estaba cansado de soportar el desplante de funcionarios mediocres que le boicoteaban las oportunidades en favor de artistas más rentables. El arte estaba a punto de confinarlo a cuarteles de invierno cuando lo escuchó un productor suizo. Se exilió en Europa y de ser ignorado en su tierra pasó al éxito sin condiciones.
Quienes intentan clasificarlo no encuentran un rótulo definitivo. Su estilo resumió en el bandoneón matices populares, extraídos del folklore, el jazz, el tango hasta incorporar la música clásica y lograr melodías contemporáneas.
Nació en Salta. No fue un chico afortunado de esos que nacen con la estrella bajo el brazo. La suya fue una solitaria peregrinación cuesta arriba. El viaje empezó en Campo Santo, un pueblito de contadas manzanas que en tiempos de bonanza giraba en torno del ingenio azucarero San Isidro, donde don Cayetano Saluzzi era jornalero. La familia vivía al frente, en una casita de cuatro por cuatro con paredes de barro, techo de zinc y sin otra luz que la de la luna, donde lamentablemente no se podía enchufar la radio. Pero igual se las arreglaban para que no faltara música. Su padre tocaba el bandoneón en las fiestas para inflar los magros ingresos. Tenía un talento natural pulido a los ponchazos, cultivado luego de horas, adivinando sonidos, reconociendo las notas en las partituras del tango y el folklore. Así era inevitable que Dino creciera arropado por zambas y chacareras. Le gustaba ir a la escuela, pero no había programa como desenfundar el bandoneón y probar acordes. Un buen día empezó a acompañar en los bailes, tocando sobre el estuche, como si fuera un bombo. A los 7 años ya estaba en edad de merecer un primer bandoneón.
"No teníamos plata. Entonces, mi papá organizó una rifa y el premio era su bandoneón. Con el dinero compraría uno nuevo para que yo estudiara. El no sabía que mamá me había comprado un número, el 811. Era demasiado chico para saber que él estaba haciendo esto por mí. Salió ganador el 811, y en casa se quedaron los dos instrumentos. Cuando llegó el nuevo, era una locura.!!!
Tuve la suerte de encontrar este álbum a fines de 1999, en la Guitarra acustica esta el hermano de Dino, José Maria Saluzzi, en el Bajo esta el maestro Marc Johnson y en el Bandoneon: Dino Saluzzi, todas las composiciones son de él. Como Leopoldo Castilla escribió en las notas para el lanzamiento de 2014, El Valle de la Infancia : “La música se siente ilimitada, más que música, una verdadera evocación de personas y lugar. El bandoneón respira el aire de la quema de caña de azúcar en el valle de Siancas en Salta, Argentina ".
Pero sigamos con esta historia contada por Saluzzi a Marina Gambier, mientras escuchamos esta pieza
A los 13 años, Saluzzi empezó a trepar la cuesta. "Me fui de casa sin un centavo. Pero es el mismo límite que tiene hoy un muchacho que quiere estudiar música. No cualquiera puede. Es lamentable que todo esté centrado en Buenos Aires." En Salta tuvo por maestros a Martín Lorca y Jacobo Fisher, y para pagar los estudios tocaba con el Trío Carnaval en peñas, radios y también en el cabaret.
A los 17 años le contaron que el bajista César Vallejo había decidido probar suerte en Buenos Aires. Quiso seguirlo. Tenía experiencia y los pesos justos como para comprar un pasaje en el cómodo camarote del viejo tren Cinta del Plata. "No me alcanzaba para comer en el restaurante, que era muy bonito, así que mi vieja me preparó unos pollos hervidos y papas envueltas en servilletas. Era gracioso, pero en el fondo me dolía el corazón... otra vez me iba."
Cuando bajó en Retiro quedó aturdido por el ruido. Apretó contra el pecho su inseparable bandoneón, juntó aire y con sus ilusiones al hombro pasó directo a Lanús, donde compartió una casa con un grupo de jóvenes del interior. Entonces en la ciudad florecía la cultura. "Eran los años de Borges, Piazzolla, Waldo de los Ríos", y empezó a escuchar más radio, a estudiar más música, a relacionarse con hombres como Julio Ahumada, el Negro De la Cruz, que le tendieron una mano a la hora de conseguir trabajo. Pasó por distintas orquestas, como la de Alfredo Gobbi, Lorenzo Barbero, la Orquesta Argentinidad; hizo giras por el interior y finalmente integró la Orquesta Estable de Radio El Mundo hasta 1956, año en que renunció y regresó a Salta decidido a buscar sonidos nuevos.
"El aprendizaje es una imitación ineludible. Yo no sé si renové algo, pero una cosa es fundamental: si uno ve la música como forma de pensamiento, la historia es muy larga y cuando yo aparecí estaba todo hecho. Pero la música se mueve, cambia, no es la foto de un lugar, es la expresión del espíritu. Si Picasso hubiera pintado siempre sólo el Guernica sería aburridísimo", explica Saluzzi.
El regreso fue sin glorias. Nadie lo llamaba, pero no estaba dispuesto a echar todo por la borda. Empezó a estudiar percusión y, al poco tiempo, ingresó en la Banda Sinfónica de la Policía Federal. Dino tiene sonrisa de trueno, dientes blancos como el azúcar y una natural aversión por las fechas o cronologías. A todo contesta que no se acuerda y que puede ser una defensa psicológica contra el paso del tiempo, que es el principal enemigo a la hora de encontrarse frente al espejo. Y si tiene que hablar de lo bien que le va en el extranjero, enseguida se evade con esa frase que odia, aunque, en el fondo, él es incapaz de odiar nada. "Qué horror cuando te dicen que nadie es profeta en su tierra. Eso es una crueldad infinita, te condenan al exilio." A fines de la década del setenta, en plena dictadura militar, formó un cuarteto con el que ensayaba escondido en la trastienda de un boliche de Palermo Viejo.
Una tarde, el director suizo George Gruntz lo escuchó y la vida volvió a fojas cero. De allí se fue a Alemania con un contrato para participar en el Festival de Jazz de Berlín. No lo dudó. Total, estaba curtido en eso de vivir partiendo. Levantó la casa, vendió su auto y de semejante desolación pasó a tocar en un concierto europeo colmado de un público que no le permitio bajar del escenario hasta el cuarto bis.
Al término de la gira decidió radicarse en Alemania. "Estaba dolido cuando me fui. No tenía conciencia de lo adverso y lo hostil que era este medio para mí. Cuando llegué me di cuenta de que tenía posibilidades y mi cabeza empezó a funcionar a mil. Claro: no te esperan con los brazos abiertos. Pero si uno va y contribuye, la cosa cambia... Se me culpó por dejar de tocar tango, folklore, y eso aparentemente estaba penado, fui castigado. Mi intención era defender mi libertad como artista y como persona. Otra vez a empezar de cero, a vivir en una piecita. Cada vez que hablo de este tema me vuelve una nostalgia que no he podido superar. El precio de la felicidad es muy duro..."
En la gira firmó un contrato con el sello alemán ECM. Desde entonces su carrera corrió más allá de nuestras fronteras. Su presencia es una constante en los festivales de jazz europeos y norteamericanos, y prácticamente ignorada en la Argentina.
Así que si gustan, en comentarios esta el Disco Cité de la Musique, para que lo disfruten. ademas del enlace en Spotify. Hasta una próxima....
*Spotify: https://open.spotify.com/album/6O9iTjjJF21G35uQ7JozaT
Para su disfrute: https://controlc.com/67b85990
ResponderEliminar